martes, 1 de enero de 2008

Billete sin asiento ...

Hoy es uno de aquellos días, que estoy lo suficientemente despierto a primera hora del día y no tengo nada que leer en el tren , para que me ponga a observar la gente. Miro sus caras de sueño, sus manos y como visten. Les observo e intento adivinar sus vidas, su relato a sabiendas que sus historias reales y la que construye mi imaginación nunca coincidirán .. ¿o tal vez si?. Enfrente tenia un hombre, situado de espaldas, no le pude ver el rostro, era delgado, el cabello empezaba a encanecer y no lo llevaba muy limpio, sus manos no estaban encallecidas y no se veían maltratadas, así que debía realizar trabajos de oficina. Su gabardina pasada de moda y no muy buena calidad le llegaba hasta encima del tobillo, me daba la sensación de dirigirse a alguna oficina mal iluminada, donde más que trabajar se pasaría las horas mirando el reloj esperando la hora de salida para regresar a su casa, una casa donde debía refugiarse del mundo, donde debía tener un sencillo hobby en el que consumiría las horas del resto de su jornada y su mujer le llamase para cenar con la mesa puesta, al sentarse ella le preguntaría ¿Qué tal el día?, el respondería –Bien, nada nuevo – el resto de la cena trascurriría en silencio, excepto por el ruido de los cubiertos al golpear los platos. Excepto en su constitución física me recordaba aquel personaje mediocre, rencoroso de “La conjura de los necios”. Gire la cabeza buscando otra persona que me llamase la atención, cuando la vi, y lo digo como si la conociese, porque ya la observe en otra ocasión y aun siendo discreta la recordaba perfectamente ya que estaba haciendo lo mismo que en la primera ocasión. Era una adolescente cabello oscuro y rizado, por debajo los hombros, cara delgada con algún grano por el acne. Repetía los mismos gestos que en la otra ocasión. Sujetaba una golosina con las dos manos, no había retirado el envoltorio y mordisqueaba sin cesar el trozo que asomaba por el extremo, tenia mirada huidiza, como una ardilla alerta, como si temiese que se la fuesen a arrebatar. Si se le caía alguna migaja la recogía, casi sin apresurarse pero inmediatamente la devoraba con fruición. Pensé que se dirigía a estudiar, que posiblemente su obsesión por el peso convertiría esta golosina en todo su alimento hasta el mediodía, que miraría con envidia el almuerzo de alguna de sus compañeras y lo rechazaría con alguna consabida excusa, cuando me bajaba sabía que la volvería a encontrar, quizás esta semana, o la siguiente, o el mes próximo, nunca se sabe...