martes, 1 de abril de 2008

Maldito cesped

No recuerdo el primer día que vi a mi nuevo vecino. Al mirar un día por la ventana de mi piso lo vi de pie, en el centro del pequeño jardin de su nueva casa pareada, contemplandolo su parcela; aunque viendo su cara de satisfacción cualquiera diría que había comprado un reino entero . A los dos días lo volví a ver instalando un sofisticado sistema de riego. Al tercero esparcia entusiasmado arena con una pala y casi crea una playa. Al cuarto día, sembró el césped con evidente satisfacción y evidente poca practica. Pensé que no vería más a mi vecino hasta que creciese el césped, pero mi sorpresa fue verlo de nuevo al día siguiente, sentado y observado fijamente el suelo como si viese algo que para mi era completamente invisible, hasta que comprendí que esperaba a ver brotar las primeras briznas. Me sonreí, ya que yo mismo al cuidar de mi huerto no pocas veces cai en esa infantil ilusión. Seguro de que se cansaría pronto, no le di mucha importancia, pero creo que no paso un par de días sin que lo viese ahí sentado observando la tierra. Salí de viaje por trabajo poco más de un mes y cuando regresé el césped ya había cubierto el jardín y a mi vecino se le notaba que no cabía en si de orgullo, incluso plantó en medio del jardín una fuente de piedra falsa de dudoso gusto. Otro día habia instalado unos farolillos, no habiadía que no advirtiese un nuevo detalle en su reino, hasta que debio quedar satisfecho porque no hubo cambios durante unos días. Vana ilusión la mia, al parecer ya no le bastaba disponer de sólo cosas inanimadas así que apareció con un pequeño cachorro de pastor alemán y lo deposito en el jardín, su reino ya tenia un subdito y su cara reflejaba que había alcanzado la felicidad. Cuando todo parecia tranquilo, al cabo de dos días, pasando junto a la ventana, tuvé que ahogar un grito de terror al ver un aparato infernal dando vueltas por el jardín aparentemente sin ton ni son que se comia el cesped de mi vecino. Craso error y falsa alarma, ya que era un robot cortacésped de última generación, mi vecino no contento con alcanzar la felicidad había creado un paraíso autonomo y cada tarde salía a observarlo como si fuese el Creador. Por desgracia todos sabemos que la felicidad es algo efímero y cuando al cabo de unos días de tener el perro aparecieron unas clapas amarillas en el césped, se hizo evidente que el amoniaco de orina de perro no acababa de sentarle bien. Rápidamente mi vecino tomo medidas, sacrifico un pequeño rectángulo del césped llenandolo de grava, replanto y abono las partes afectadas del césped y limito la autonomía del perro con larga correa y con la vana esperanza que se comportase como un gato e hiciese sus necesidades en ese minúsculo rectángulo de grava. Eso pareció del agrado del cachorro que se comió la correa de cuero, siguió regando y abonando el césped y aprendió que ademas se podían hacer agujeros para que su amo gritase lleno de “alegría” al verlos. Tuve que salir de viaje de nuevo, no sin pesar de tener que dejar sólo y sin mi apoyo moral al vecino. Cuando volví lo primero que hice fue correr a mirar por la ventana y allí estaba mi vecino contemplando su jardín, el perro jugaba encantado con la grava que ahora cubría toda la extensión del jardin. Mi vecino sonreía como el primer día, pero yo creo que era un rictus lo que había en sus labios más que una sonrisa y lo encontré tan entrañable que de estar a su lado le hubiese dado un beso en la mejilla.